domingo, 9 de febrero de 2020

Jesús, el Cabeza de la verdadera Iglesia

Basta hacer un breve recorrido por el cristianismo para descubrir la existencia de multitud de iglesias con sus correspondientes dirigentes. Puesto que todos dicen creer en la Biblia como palabra de Dios, surge la pregunta: Según enseña la Biblia ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Dios, y quién es su Jefe o Cabeza?

Cuando en la Biblia leemos la palabra iglesia, jamás se refiere a un edificio religioso, sino siempre a personas que han sido llamadas o convocadas para un propósito [1]. Por eso, cuando el Nuevo Testamento habla de “la iglesia en Cristo Jesús” (Ef 3:21), “la iglesia de Dios” (1 Co 1:2), o “las iglesias de Dios en Cristo Jesús” (1 Te 2:14), se refiere siempre al conjunto de los verdaderos creyentes en Cristo Jesús, algunas veces en el ámbito de un lugar concreto (Hch 8:1; 13:1), y otras veces en sentido general o universal (Mt 16:18, Hch 20:28; Gál 1:13).

La Biblia también se refiere a la Iglesia como el Cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo habló de “Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Col 1:24); dice que “somos un cuerpo en Cristo” (Ro 12:5), “llamados en un solo cuerpo” (Col 3:15) Al igual que el cuerpo físico se compone de diferentes miembros, el cuerpo de Cristo también está compuesto de muchos miembros: “sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Co 12:27). Y del mismo modo que sucede en un cuerpo físico, todos los miembros de la iglesia están gobernados y dirigidos por Jesucristo, “la cabeza del cuerpo que es la iglesia” (Col 1:18).

La Biblia enseña que Cristo ocupa el único puesto de autoridad sobre la comunidad cristiana. Él es Cabeza de la iglesia, pero no a modo de presidente honorífico, sino como gobernante en activo que ejerce todas las funciones en la iglesia. No hay nada que esté fuera de su dominio. Como él dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mt 28:18) Al decir toda autoridad quiere decir todas las cosas: “Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Esta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo” (Ef 1:22-23) La facultad soberana que ejerce Jesucristo sobre la comunidad cristiana no la dejó en manos de ningún hombre, porque no es rey humano que al morir deje su dominio a otro. Al contrario, Cristo es inmortal y por eso pudo decir: “he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20), y “Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20) Y aunque su dirección es invisible, no por ello se requiere el liderazgo de dirigentes humanos. El escritor de Hebreos nos dice que “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe”, como Moisés que actuó “como si viera al Dios invisible” (Heb 12:2; 11:27) Con los ojos de la fe se puede “ver” a Jesús sustentar y cuidar a su iglesia: “porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Ef 5:29-30).

¿Quiénes forman la verdadera Iglesia?

Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”, y por esa razón: “la iglesia está sujeta a Cristo” (Ef 5:23-24). Eso solo puede significar que la verdadera iglesia está compuesta por personas que creen en Jesús y tienen una relación personal con él, personas que lo reconocen como su cabeza, el único al que deben total obediencia y sujeción. En el cuerpo físico, los diferentes miembros no siguen a otros miembros, el pie no recibe instrucciones de la mano, ni el oído del ojo, sino que cada uno de los miembros es dirigido por la cabeza. De igual modo, quienes componen el cuerpo de la iglesia no deben obediencia a otros miembros, sino que dirigen su atención a conocer y obedecer las enseñanzas que emanan del propio Jesús, quien “hace crecer todo el cuerpo al alimentarlo y unir cada una de sus partes conforme al plan de Dios”. Por eso el apóstol avisa de no dejarse engañar por quienes “se hinchan de orgullo a causa de sus pensamientos humanos” y “no están unidos a la cabeza” (Col 2:18-19)

Por tanto, la seña de identidad más determinante de los verdaderos miembros de la Iglesia es la adherencia personal y exclusiva a Cristo, el “cabeza de todo hombre” (1 Co 11:3), el único al que deben total sujeción y lealtad. Y esto tiene manifestaciones específicas:

Los verdaderos miembros de la iglesia de Dios se aman entre sí porque son “todos miembros los unos de los otros” (Ro 12:5), de modo “que sus miembros se preocupen por igual unos por otros. Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y, si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él” (1 Co 12:24-25). El Señor lo dijo con estas palabras: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13:35) Él ha provisto que nos ayudemos “para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios” (Ef 4:12-13) Y con el fin de alcanzar la unidad y no dejarnos llevar por “todo viento de enseñanza” (Ef 4:14), la Palabra de Dios nos insta a que, “hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Ef 4:15), que “por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor” (Ef 4:16) La sinceridad y el amor entre unos y otros es una marca distintiva de los verdaderos miembros de la iglesia de Cristo, un factor esencial que les permite alcanzar la unidad espiritual y crecer como cuerpo.

Aún hay otra señal que identifica a los verdaderos miembros de la Iglesia. En su primera carta a los corintios Pablo se dirige “a la iglesia de Dios” y a continuación se refiere a ella como “los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1 Co 1:2) La santificación es una importante característica que tiene la iglesia de Dios. De hecho, “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef 5:25-27)

¿Qué significa esto? El apóstol da una idea de lo implica la santificación de la iglesia al decir: “No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6:9-11) Los que pertenecen a la verdadera Iglesia se apartan diariamente de la conducta pecaminosa que es normal en el mundo pero que no tiene cabida en el reino de Dios. Han dejado de satisfacer “los deseos de la carne y de la mente” (Ef 2:3) y buscan “la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12:14), ‘purificándose de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de la santificación’ (2 Co 7:1)

Pero… ¿Dónde está esta iglesia, y cómo se denomina?

La Iglesia de Dios es el trigo que Jesús describió en su parábola del trigo y la cizaña. Lo que se conoce por cristianismo, en realidad es una maraña de cizaña que está presente en las numerosas religiones de la cristiandad. Pero Jesús dijo que en medio de la cizaña estaría el trigo, los hijos del reino. El trigo no está agrupado, sino que está esparcido en medio de la cizaña (Mt 13:24-30, 36-43) Por tanto, los hijos del reino componen una Iglesia de naturaleza espiritual, sin paredes y sin denominación humana, cuyos miembros están por todo el mundo: muchos esparcidos entre las organizaciones religiosas existentes, y también hay quienes han preferido estar fuera de ellas; pero todos ellos son reconocidos por Dios porque “El Señor conoce a los que son suyos” (2 Ti 2:19), o como dijo el propio Jesús: “Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen” (Jn 10:14). Los que componen la verdadera Iglesia son las ovejas de Jesús que oyen Su voz y le siguen fielmente en una relación de amor obediente. Se trata de un conocimiento personal y recíproco entre Jesús y cada uno de los que forman su Iglesia. Por eso, cada uno debe preguntarse: ¿Conozco la voz de Jesucristo de modo que me siento cada vez más atraído a él, o me basta con la voz de dirigentes religiosos?


NOTAS

[1] El diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento de W. E. Vine dice sobre el término griego ekklesia, de cual se traduce “iglesia”: ekklesia, (de ek, fuera de, y klesis, llamamiento. de kaleo, llamar). Se usaba entre los griegos de un cuerpo de ciudadanos reunido para considerar asuntos de estado (Hch 19.39) […] Tiene dos aplicaciones a compañías de cristianos, (a) de toda la compañía de los redimidos a través de la era presente, la compañía de la que Cristo dijo: «edificaré mi iglesia» (Mt 16.18), y que es descrita adicionalmente como «la iglesia, la cual es su cuerpo» (Ef 1.22; 5.22), (b) en número singular (p.ej., Mt 18.17), a una compañía formada por creyentes profesos (p.ej., Hch 20.28; 1 Co 1.2; Gl 1.13. 1 Ts 1.1; 1 Ti 3.5), y en plural, refiriéndose a las iglesias en un distrito.



No hay comentarios :

Publicar un comentario